Hoy es 12 de Octubre y estoy en Trujillo, cuna del "gran" Francisco Pizarro. Pondría una wipala en mi balcón, pero como tantas otras cosas, en Europa no se consigue. Y además sería inutil: por acá nadie sabe lo que es y capaz alguno hasta se piensa que es propaganda de Benetton.
Ciertamente esperaba encontrar más gente dispuesta a conceder que lo que llaman "la Conquista" fue una acción cuanto menos cuestionable. Los hay en Madrid (poquísimos), pero en Trujillo ni uno. Más aún, alguien me dijo que somos "unos lloricas", si a ellos los invadieron los cartagineses, los romanos y los moros y acá están. Pizarro es, pues, el prócer indiscutido de la ciudad (los lugareños le llaman "ciudad" a Trujillo pese a sus escasos cinco mil habitantes).
Once meses exactamente llevo conviviendo con la estatua ecuestre de ese energúmeno. En pleno vuelo sobre el Atlántico me encontraron los titulares del "Por qué no te callas", el 12 de Noviembre del 2007. Ya nadie se acuerda, fue en otra era geológica. Una en que la futura presidenta de Estados Unidos iba a ser una tal Hillary Clinton y los fundamentos de la economía estaban sólidos según todos los gurúes salvo Greenspan. En aquella era geológica yo venía de la zona de los piojosos colonizados que andaban de crisis en crisis, de los amigos de ese retrógrado de Chavez que hablaba de estatización y de socialismo, qué desubicado. Y vaya si lo sería que había acusado a Aznar de imperialista. Chavez, a decir de los medios, pero también de la gente en la calle, era un dictador chiflado y un insolente. En cambio Su Majestad era un rey que en su dignidad también demostraba humanidad, y si se enfadaba se enfadaba, qué le vamos a hacer. Al celular, aparte de chicas que se desnudan y los ringtones que más molan, uno podía bajar la que llamaban "la frase del año", promocionada con una gran bandera española de fondo.
Hubo una columna en el diario El País por aquellos días titulada "El Rey Integrador", en que un señor (un jurista de nombre Miguel Herrero de Miñón) explicaba el rol constitucional del Rey de España y justificaba el increíble exabrupto de su monarca aduciendo nada menos que no hizo más que cumplir con ese rol. No cito aquel documento por sorprendente o excepcional: despues de todo no oí a un solo español criticar a Juanca a raíz del incidente y sí infinidad de defensas, justificaciones y hasta alabanzas. Lo traigo a colación porque permite entrever el pensamiento que subyace, el mecanismo mental detrás de esas conductas que juzgaba inexplicables. Cito:
"Pero (...) lo que caracteriza políticamente la función regia en cualquiera de las monarquías hoy existentes es su capacidad de integración. Función integradora de la Monarquía que se extiende en el tiempo, al ser símbolo de continuidad del Estado y en el espacio, a través de la pluralidad española e incluso hispánica." (las negritas son mías).
¿Cuál es la "pluralidad hispánica" de la que habla ese señor? ¿Puede ser que esté diciendo que Juanca reina simbólicamente, aunque sea mínimamente, sobre Caracas y Buenos Aires? ¿Me está llamando "súbdito" por hablar castellano? Debo decir que lo que percibí en las defensas y justificaciones de "la Conquista" por parte de mis interlocutores trujillanos era justamente que sentían de algún modo cuestionada su mismísima identidad nacional. Algo hay implantado en sus mentes, algo similar a lo que llevamos nosotros adentro con las Malvinas. Algo que de tan encajado, de tan dicho desde la más tierna infancia, está naturalizado y no admite discusión. Creo que entendí al conocer un detalle: acá el 12 de Octubre se llama "Día de la Hispanidad".
sábado, 11 de octubre de 2008
miércoles, 1 de octubre de 2008
La hora de la verdad
Lise Meitner llegó, con la expresión tan negra como su vestido, a la oficina de su colega y amigo Neils Bohr, apretando un cuaderno contra su pecho. En Noviembre de 1938 Copenhagen era un oasis intelectual en una Europa enrarecida. Era Bohr el que acostumbraba viajar a Estocolmo para colaborar con esa mujer apocada y brillante, así que su visita y urgencia lo tomaron un poco por sorpresa.
-Pase Lise, tome asiento, tome aire. Dios mío, su cara me preocupa.
Bohr, tras ayudarle con la silla, se acomodó en la propia con los codos sobre el escritorio y los dedos entrelazados.
-Otto está por publicar nuestros últimos resultados- dijo Meitner alcanzándole el cuaderno abierto y unas cartas. -Son un tanto... Impactantes.
Bohr los repasó con atención, hizo algunas preguntas, y finalmente sentenció:
-O sea que bombardearon uranio 235 con neutrones de baja energía y algunos núcleos fisionaron ¡Pero Lise, esto es formidable! ¡Felicidades! ¿Por qué no está usted brindando con champagne?
-Ya brindé... Antes de darme cuenta. Usted mismo me hizo notar la cantidad de energía que se libera en ese proceso. Otto es químico, no creo que lo haya notado, pero la fisión libera neutrones.
-Claro.
-¿Y si alguien fuera capaz de frenar un poco esos neutrones y usarlos para fisionar más átomos?
Bohr empalideció.
Lise nació en el Imperio Austrohúngaro, en el seno de una floreciente familia judía. A golpe de catástrofes políticas su Viena natal había cambiado dos veces de manos: del Imperio a la República Austríaca, y hacía unos meses, de ésta al Tercer Reich. Ella, como tantos otros vieneses, se sentía alemana. Y su nacionalidad, últimamente, no podía menos que dolerle. Un extraño milagro convertía a Alemania y Austria en los centros indiscutibles de la física en su época más brillante, al mismo tiempo que la Germania se desmoronaba. Ella misma, junto con Otto Hahn, publicaban el descubrimiento del neutrón mientras sus patrias perdían la Gran Guerra. En plena hiperinflación los claustros alemanes parían la mecánica cuántica poniendo en jaque un paradigma de siglos. Parecía como si el torbellino político exterior, con su promesa de revolución, de cambio irreversible, se replicara en las mentes y los trabajos de los físicos. Lise se acostumbró a la emoción de pensar que en cualquiera de las oficinas que la rodeaban podía estarse preparando el próximo terremoto. Nunca en la historia de la física había habido, ni volvió a haber, tiempo y lugar tan fecundos.
El ascenso de Hitler, hacía cinco años, la había encontrado al frente del Instituto de Química de Berlín. Protegida por su ciudadanía y su brillante carrera no corrió la suerte de muchos de sus colegas y de sus parientes, que tuvieron que renunciar o perdieron sus comercios y sus propiedades. Lise, para su vergüenza poco después, eligió refugiarse en su pasión. La carrera contra Ruthenfort, Curie y Fermi por sintetizar nuevos elementos seguía tan despiadada como siempre. Ni siquiera la abandonó después de tener que huír con sus papeles a Estocolmo al endurecerse el régimen: colaboraba clandestinamente con Otto Hahn, que seguía en Berlín. Con porfía logró incluso más de lo que se había propuesto. Horriblemente más. Y, finalmente, despertó a la pesadilla de su verdad.
Todavía en estado de shock, Bohr notó:
-Se puede, es casi facil. Con agua deuterada. Unos cuantos lo van a ver en Berlín ni bien se publique. Claro que no es lo mismo pensarlo que hacerlo. Separar suficiente agua deuterada puede llevar años, y se necesitaría un pequeño ejército de físicos y matemáticos para poner la idea en práctica. Deberíamos ir contactando a todos los que trabajan en radiactividad, en especial sus rivales, Lise. Por fortuna Hitler espantó a los mejores cuadros.
-Tienen a Heissenberg- notó Lise sombría.
Bohr se rascó la frente despacio. Werner Heissenberg había sido su discípulo más brillante. No era nazi pero era allegado a Himmler y se mostraba cerca del poder. La preocupación de Lise era legítima.
-Voy a hablar con Werner en la primer chance que tenga. Es un muchacho impetuoso, pero es demasiado inteligente para hacer locuras. Confío en poder persuadirlo.
-Yo no estoy tan segura. Se lo ve... Entusiasmado.
Bohr se sacó los lentes y los giró lentamente. Se llevó una patilla a la boca y miró por la ventana. Las nubes parecían más grises.
-Como sea, creo que lo prudente es alertar a los ingleses y los americanos. En Estados Unidos lo tenemos a Albert, más popular que Vivien Leigh- Bohr se permitió una sonrisa tibia. Él y Einstein eran amigos y rivales de años. -Si él les habla a los políticos lo van a escuchar.
Lise, con el peso aún vivo de haber traicionado a su gente con su siencio, sentía el vértigo de estar traicionando a su patria con sus palabras.
-¿De veras le parece prudente? ¿Y si desarrollan el arma y la usan contra nosotros?
Bohr suspiró pesadamente. Apoyó un codo en el escritorio y se masajeó el ceño entre su pulgar y su índice. Después de una eternidad se acomodó contra el respaldo, volvió a suspirar y dijo casi sin voz:
-Creo que todos nos hemos divertido en grande los últimos treinta años. La pasamos bomba mientras el mundo se caía a pedazos. Un placer... Pecaminoso casi. ¿No le parece?
Lise lo escuchaba quieta y encogida. Bohr continuó:
-Me temo que nos acaban de mandar la factura.
-Pase Lise, tome asiento, tome aire. Dios mío, su cara me preocupa.
Bohr, tras ayudarle con la silla, se acomodó en la propia con los codos sobre el escritorio y los dedos entrelazados.
-Otto está por publicar nuestros últimos resultados- dijo Meitner alcanzándole el cuaderno abierto y unas cartas. -Son un tanto... Impactantes.
Bohr los repasó con atención, hizo algunas preguntas, y finalmente sentenció:
-O sea que bombardearon uranio 235 con neutrones de baja energía y algunos núcleos fisionaron ¡Pero Lise, esto es formidable! ¡Felicidades! ¿Por qué no está usted brindando con champagne?
-Ya brindé... Antes de darme cuenta. Usted mismo me hizo notar la cantidad de energía que se libera en ese proceso. Otto es químico, no creo que lo haya notado, pero la fisión libera neutrones.
-Claro.
-¿Y si alguien fuera capaz de frenar un poco esos neutrones y usarlos para fisionar más átomos?
Bohr empalideció.
Lise nació en el Imperio Austrohúngaro, en el seno de una floreciente familia judía. A golpe de catástrofes políticas su Viena natal había cambiado dos veces de manos: del Imperio a la República Austríaca, y hacía unos meses, de ésta al Tercer Reich. Ella, como tantos otros vieneses, se sentía alemana. Y su nacionalidad, últimamente, no podía menos que dolerle. Un extraño milagro convertía a Alemania y Austria en los centros indiscutibles de la física en su época más brillante, al mismo tiempo que la Germania se desmoronaba. Ella misma, junto con Otto Hahn, publicaban el descubrimiento del neutrón mientras sus patrias perdían la Gran Guerra. En plena hiperinflación los claustros alemanes parían la mecánica cuántica poniendo en jaque un paradigma de siglos. Parecía como si el torbellino político exterior, con su promesa de revolución, de cambio irreversible, se replicara en las mentes y los trabajos de los físicos. Lise se acostumbró a la emoción de pensar que en cualquiera de las oficinas que la rodeaban podía estarse preparando el próximo terremoto. Nunca en la historia de la física había habido, ni volvió a haber, tiempo y lugar tan fecundos.
El ascenso de Hitler, hacía cinco años, la había encontrado al frente del Instituto de Química de Berlín. Protegida por su ciudadanía y su brillante carrera no corrió la suerte de muchos de sus colegas y de sus parientes, que tuvieron que renunciar o perdieron sus comercios y sus propiedades. Lise, para su vergüenza poco después, eligió refugiarse en su pasión. La carrera contra Ruthenfort, Curie y Fermi por sintetizar nuevos elementos seguía tan despiadada como siempre. Ni siquiera la abandonó después de tener que huír con sus papeles a Estocolmo al endurecerse el régimen: colaboraba clandestinamente con Otto Hahn, que seguía en Berlín. Con porfía logró incluso más de lo que se había propuesto. Horriblemente más. Y, finalmente, despertó a la pesadilla de su verdad.
Todavía en estado de shock, Bohr notó:
-Se puede, es casi facil. Con agua deuterada. Unos cuantos lo van a ver en Berlín ni bien se publique. Claro que no es lo mismo pensarlo que hacerlo. Separar suficiente agua deuterada puede llevar años, y se necesitaría un pequeño ejército de físicos y matemáticos para poner la idea en práctica. Deberíamos ir contactando a todos los que trabajan en radiactividad, en especial sus rivales, Lise. Por fortuna Hitler espantó a los mejores cuadros.
-Tienen a Heissenberg- notó Lise sombría.
Bohr se rascó la frente despacio. Werner Heissenberg había sido su discípulo más brillante. No era nazi pero era allegado a Himmler y se mostraba cerca del poder. La preocupación de Lise era legítima.
-Voy a hablar con Werner en la primer chance que tenga. Es un muchacho impetuoso, pero es demasiado inteligente para hacer locuras. Confío en poder persuadirlo.
-Yo no estoy tan segura. Se lo ve... Entusiasmado.
Bohr se sacó los lentes y los giró lentamente. Se llevó una patilla a la boca y miró por la ventana. Las nubes parecían más grises.
-Como sea, creo que lo prudente es alertar a los ingleses y los americanos. En Estados Unidos lo tenemos a Albert, más popular que Vivien Leigh- Bohr se permitió una sonrisa tibia. Él y Einstein eran amigos y rivales de años. -Si él les habla a los políticos lo van a escuchar.
Lise, con el peso aún vivo de haber traicionado a su gente con su siencio, sentía el vértigo de estar traicionando a su patria con sus palabras.
-¿De veras le parece prudente? ¿Y si desarrollan el arma y la usan contra nosotros?
Bohr suspiró pesadamente. Apoyó un codo en el escritorio y se masajeó el ceño entre su pulgar y su índice. Después de una eternidad se acomodó contra el respaldo, volvió a suspirar y dijo casi sin voz:
-Creo que todos nos hemos divertido en grande los últimos treinta años. La pasamos bomba mientras el mundo se caía a pedazos. Un placer... Pecaminoso casi. ¿No le parece?
Lise lo escuchaba quieta y encogida. Bohr continuó:
-Me temo que nos acaban de mandar la factura.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)