La expresión “Amor platónico” alude, seguramente, a uno de los conceptos más cursis que circulan por ahí. Se trata, como se sabe, de una relación “amorosa” sin pecaminoso sexo y, por lo tanto (según sus cultores), “ideal”.
Puede preguntarse uno qué diablos tiene que ver el gran y barbudo filósofo de la antigua Grecia con este concepto de revista Cosmopolitan. Es que él enseñaba que el mundo, tal como lo conocemos, no es más que un mundo de apariencias, sombras de otro de ideas perfectas e inmutables. Una molleja real se pudre o puede quemarse o salir cruda, pero la Idea Molleja es perfecta y durará para siempre. Después llegaron los mojigatísimos filósofos medievales, adoradores de griegos y romanos. Tomemos el objeto “Amor” y mirémoslo con los lentes de uno de estos tipos, que supondremos en particular admirador de Platón, y tratemos de imaginar qué “Idea Amor” concibe como la versión final, eterna y perfecta del amor. La materialidad es sucia e imperfecta por ser parte de este mundo de sombras. Y el colmo de la materialidad inmunda es, claro, el sexo.
Yo no soy platónico, ni mucho menos. Adoro la materialidad de este mundo, y desde luego, al sexo. Pero no quisiera que se me malinterprete y se me tome por un tipo primario. Es simplemente que me parece que la cosa va al revés: hay un mundo allá afuera y los ideales están en nosotros. Los seres humanos somos constructores innatos de significado. El zorro le dijo al Principito, al pedirle que lo “domesticara”: "¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo."
Del mundo material filtramos ciertos datos, y los convertimos en símbolos. Vivimos, de hecho, en un mundo dual donde lo material vive en nosotros codificado, y son los símbolos, no las cosas, los que tienen poder sobre nosotros. Un roce detrás de una oreja es meramente material, puede ocurrir casi por accidente. Pero si lo dotamos de significado puede ser un poderosísimo símbolo: su ejecución, o incluso su mera mención, puede desencadenar las emociones más fuertes concebibles.
Entonces acá va mi consejo de Revista Cosmopolitan: el amor ideal (amor daniélico, o mejor, sexo platónico) es aquel en el que se procede por una paulatina pero intensa construcción de símbolos. El sexo tarda en llegar, sí, pero cuando llega es exquisito.
lunes, 10 de mayo de 2010
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