sábado, 24 de abril de 2010

La Prueba

Dos manos de acero me llevan no sé dónde. La capucha no me deja ver, los tipos sólo hablan con piñas y patadas, pero sé perfectamente lo que me está por pasar. Hace unas pocas horas que caí, ni idea de cuántas, pero las otras voces del calabozo ya me contaron demasiado. Sólo sus voces, porque desde que llegué estoy con esta capucha y hasta recién estuve atado a la pared. Respiro fuerte y dolorosamente, las piernas amenazan con dejar de sostenerme, pero me obligo a aguantar, a parecer valiente.

Pensar que hace apenas días estaba sentado al sol, en un bar, con Miriam y Cacho. ¡Pensar que entonces creía que estaba asustado, que era un día sombrío! Me reiría a carcajadas de mi ingenuidad si mi cagazo no anulara mi sentido del humor. El sol de la tardecita era delicioso, la botella de Quilmes Imperial y nuestros tres vasos estaban perlados de esas gotitas tan publicitarias durante el calor del verano, y nuestros miedos eran increíblemente abstractos, tenían la consistencia de la niebla comparados con esta certeza del dolor infinito y desconocido. Y además Miriam, aún seria, aún preocupada, estaba tan hermosa a la luz del sol de marzo. Los tres sabíamos que el golpe era inminente. Miriam nos decía que no podía ser tan grave, que el golpe en Chile era repudiado en todo el mundo y que ya Kissinger no era más el secretario de estado, que los demócratas están por ganar por paliza. Cacho se rió de la candidez de Miriam. “Ah, no nos calentemos, Carter nos salva”. Le recordó que la pésima imagen de la dictadura indonesia no había frenado a los milicos chilenos y que los hilos en Sudamérica los mueven segundas líneas de los militares, no la cancillería. “Los mismos que les enseñaron a estos en la Escuela de las Américas. No, piba, no te hagás ilusiones. Los que eligieron los fierros ya perdieron; si los milicos tienen tantas ganas de dar un golpe es porque quieren venir por nosotros”. Ese “Venir por nosotros” sonaba dramático, pero nada me hubiera preparado para el apagón, las patadas, la capucha sudada y apestosa, el baúl del falcon, las horas de susurros con los otros secuestrados, la tortura inminente.

Dicen que el dolor es insoportable. No logro imaginar qué significa eso. Dicen que a veces, por divertirse, hacen confesar a los torturados que mataron a Gardel. Dicen que te preguntan por todos tus conocidos, que cuando cae uno suelen caer después los amigos. Dicen que algunos, para no pasar de nuevo por eso, se pasan a su bando: se vuelven sus espías, les ceban mates y hasta les ayudan a torturar. También dicen que algunos aguantan la tortura sin decir una palabra, que aguantan hasta la muerte.

Miriam, mi hermosa Miriam, ojalá me hubiera animado a decirte que vivo pendiente de tu sonrisa, que el aire es más rico y abundante cuando pienso en vos. Camino a Oslo hubiera tenido tantas oportunidades para hablarte... Pero como un pajero tuve que ir a casa a buscar esas boludeces. Ahora llevo adentro mío como una carga maldita cada detalle de cómo pensás pasar a Paraguay el martes, rumbo a lo de tu amiga noruega. Y la estancia chubutense donde Cacho piensa alimentar ovejas en el anonimato. Y tantos putos detalles que quisiera simplemente borrar de mi cabeza con lija, con cianuro, como sea. Ahora que lo pienso, a lo que más miedo le tengo no es al dolor. Tengo miedo de mí. Tengo terror de no ser más que un cobarde, de descubrirme de golpe cebándole mate a un tipo que está por violarte.

Ya estoy sobre una tabla de madera. Ya me están desvistiendo y atando por los tobillos y las muñecas. Respiro demasiado fuerte, la capucha se me pega a la nariz, mi corazón es un tambor salvaje. Por fin me sacan la capucha y veo a un milico panzón que sonríe como un hijo de puta y me dice que si botoneo va a estar todo bien. Tengo los dientes apretados, todo mi cuerpo tiembla. ¡Que empiecen de una puta vez, a ver de qué estoy hecho!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Intenso. Empatico. Terrible. Y me gustó mucho.
Lorena

Cristina dijo...

Impresionante.